miércoles, 20 de noviembre de 2013

Camafeos

Al detenerme en sus ojos, al asomarme dentro, aprecio un ágata rosada que no está fría . Descansa leve sobre terciopelo rojo cuando me tiene cerca.

En sus ojos guarda el más delicado misterio; lleva engarzados en ellos lágrimas y suspiros, anhelo . Su mirada se pasea por las calles del tiempo .

Mi corazón es el coral donde se incrusta esta imagen.



miércoles, 16 de octubre de 2013

En el tren



A través de la ventanilla del tren veo pasar, con prisa, siluetas recortadas sobre el cielo. A veces se agitan aspas, otras se deslizan los castillos; los viñedos son alfombras que no piso.



Parece que no estoy y sin embargo me reparto en cada kilómetro.


Me asemejo a la tiza que escribe un teorema en la pizarra (no sé si demostrable). Mis trazos, casi infinitos, se borran casi al punto de haberlos dibujado.




miércoles, 2 de octubre de 2013

La tórtola y el ciprés


Mi padre me mostró una tórtola posada en la cima de un ciprés.


El árbol escribía en el cielo palabras transparentes con su punta de pincel. Sobre esa llama verde se posó una tórtola; su menudo cuerpo comenzó a balancearse en tan grandioso columpio. Un collar negro enmarcaba su inquieta cabeza y presentaba orgullosa el mirar de sus ojos, alfileres de azabache. Se dejaba llevar, como si fuera sencillo estar tan alto, y tan sola.


Lo que ahora veo son globos perdidos, y nuestro aliento antes de que se disuelva en la noche.




lunes, 23 de septiembre de 2013

Breve




Marcos, fotos, ventanas.
 Agujeros. 
Túneles por los que vaga la vista.


En cada uno, un sueño.

Del otro lado, los ojos.


lunes, 16 de septiembre de 2013

Muchacha en la ventana, 1925. Dalí

Una mujer joven mira el mar. Marco sobre marco, yo lo hago a través de ella. Tiene la piel morena, y apoya los pies como en un baile sobre la gastada madera.

Puede saborearse el salitre. La brisa parece sentirse en el pelo.

Al fondo, frente a la cala, un velero es el centro del cuadro. Es la tela blanca de los sueños.

Marco sobre marco yo, detrás de esta mujer, nunca podré sorprenderla. Aunque sople sobre su cuello, no seré más que el ligero roce del viento atrapado en el óleo, no moveré la sencilla cortina, apartada por la rutina.

Hay un paño blanco sobre el quicio, a su izquierda. Así se deja el tiempo para mirar con el alma. No sé cómo son los ojos de esta mujer, yo creo que son la propia ventana.



lunes, 2 de septiembre de 2013

Sin a


Sólo tengo dos tipos de brillos en el pelo: los de luz de nieve y los de los dibujos de colores; tú tienes cientos de niños en los ojos. 

Te siento estremecer desde todos los edificios. 

Tu soplo me envuelve, sol en invierno. 

Entiendo tus secretos juegos y tu nombre; quiero nuestros muchos meses conocidos y el peso del nuevo comienzo se quiere diluir como el olor de flores en el cielo.

                  a a a a a a a 




lunes, 26 de agosto de 2013

Orión

Me traes la magia de un sueño antiguo.
Me levantas tus pestañas

                              justo hasta la altura

donde yo tengo puesto lo esperado.
           ... Por eso hoy te convierto en intangible
y  no te escindo de mí,
como no puede hacerlo Orión
con sus estrellas.


miércoles, 7 de agosto de 2013

Calor

Calor.  Fiebre húmeda que avanza igual que el agua en el fondo del mar. El ventilador remueve esta atmósfera gelatinosa y con ella compone oleadas sobre la superficie blanda de tu cuerpo. El abanico de aire desplaza tu sudor como lo hace la arena en la duna. Quisiera observar la cristalina gota que asciende imperceptible por tus muslos hasta desaparecer fundida en otra para mantener tu piel mojada ante mis ojos.

     En estos instantes tu piel es dorada, es el atardecer en la calurosa y lejana llanura. La acaricio y crece bajo mi mano la vegetación suave de tu vello erecto en un recorrido cercano a mi aliento. Llueve aire caliente desde el techo. El perezoso ventilador sabe muy bien cómo tratar este asunto y gira perdiendo las aspas en un disco cuyo balanceo resalta la sensualidad de tu espalda, y mi deseo.


La habitación es clara, la luz bate el calor y su espuma se desperdiga del mismo modo que los sueños en un cuento. Afuera está el mar, está la vida, y sin embargo yo, aquí, lo tengo todo. Se abandonan las sábanas, se derriten cama abajo. Con el soplo circular nos llega un olor a mundo, a principio. Así esperamos, con nuestras pieles enlazadas, la caricia del húmedo suspiro cenital.


martes, 30 de julio de 2013

En el camino

No puedo enviarte el sonido del viento en los árboles; solo puedo indicarte que es un velo blanco enredándose en el aire.








Tampoco te puedo llevar el olor a miel de los almendros en flor, pero no sé cómo al respirarlo te inhalo como si fueras el aroma de las hadas del invierno.






Se me entremezclan los recuerdos y las sensaciones igual que juguetes en el desván, y tú te me acercas con la misma nostalgia de luz que tienen las estrellas.



domingo, 21 de julio de 2013

Nochevieja en Roma

Era invierno y el frío levantaba de las luces sus colores. La fiesta inundó por un rato la escalera regia.

Las personas, como trazos azules, rojos, blancos o  amarillos, se mecían entre grandes y pequeñas en brazos de la distancia.




La iglesia coronaba la estampa con las perlas de sus focos y la aureola de sus cúpulas, a la manera de las diademas imperiales. En el otro extremo, al final de la gran lengua, como palabra escapada, la fuente no se cansó de manar agua encendida.

lunes, 8 de julio de 2013

Debajo del agua

Danza, música subacuática. Láminas de mercurio blando cobijan las ondas que se suceden sumergidas.

Nado, y veo los pies inmóviles que una sirena perdió, y a viejos lobos de mar al despreocupado encuentro de sus galeones hundidos.


Ruedo ingrávida bajo un techo líquido, plateado. Es el momento azul. De entre las burbujas soy la mayor, y también la más opaca. Las otras ascienden rápidas y desaparecen. Yo permanezco.






Al fin sondeo el fondo y me extiendo. Es hora de salir. Fuera, el mundo exterior está seco, suenan las pisadas y se escurre la piel: ya no queda misterio.


viernes, 28 de junio de 2013

Fuegos artificiales

En la oscuridad los ojos sonríen. Encogidos de expectación, parecemos niños esperamos el regalo.

La noche, de negro lujo, abre el envoltorio de terciopelo donde guardó las luces.
 
Los cohetes se escabullen entre  indefinidos dedos y se expanden. Saltan como locos; a veces consiguen ordenarse y nos dan un respiro.


Dejan un tejido de humo que molesta a la elegante noche, pero pronto se abren de nuevo boquetes de luz en el cielo. Aturden los oídos, nos dejan boquiabiertos unos colores brillantes porque sabemos, sin darnos cuenta, que sólo en este momento existen las hadas. 
A veces se nos escurre una lágrima.

Se escapa una exclamación y todos estamos juntos y emocionados, sin mirarnos; quizá los enamorados se estrechen más en su abrazo.








lunes, 29 de abril de 2013

La memoria del agua


Mar.


El agua acaricia todos los cuerpos. Les toma las medidas, juguetea con los escondrijos, lame sus secretos. Al salir del mar la piel lleva sus gotas como jinetes sonrientes al sol. Agua viajera.

¿Se acordará el mar de cada cuerpo, de cada playa?  ¿Se acordará de cada pez, de cada alga? Yo creo que sí.

El agua, en el mar, es valiente: siempre reta al horizonte y corre por debajo del cielo con la ilusión desesperada de tocarse a lo lejos.
El agua es como la memoria.

Después la lluvia se convertirá en alfileres que acarician las piedras y se derriten sobre los cristales en arroyuelos perdidos, sin desembocadura.

Más que recuerdos, la lluvia llueve nostalgia; arrastra la verde melancolía de otros campos y nos la tira a la cara, a la fruta y al asfalto. La lluvia nos devuelve el tiempo.
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lunes, 18 de febrero de 2013

Melena violeta y oro


Melena violeta y oro. Rizos de titanio que deslumbran bajo el sol, mientras  duerme el pueblo  bajo la mirada de su celosa iglesia.

Las ventanas se pierden en los campos, no saben bien hacia dónde mirar, azoradas por tanta curiosidad que les brota de la extrañeza de haber caído allí, lejos del mar. Las habitaciones se levantan, erectas, no queriendo pisar una tierra que aún no las desea. No obstante,  cada año amadrinarán el crecimiento de las viñas que ahora levantan poco, apenas despegan del suelo.



       Veleros entre alfombras voladoras. Rizos de fados; o de mujer cordobesa, con los ojos brillando bajo las lustrosas ondas  de su cabello eterno. Volcán de chatarras resplandecientes, montaña mágica entre viñedos. ¿Qué sentirán las hormigas –al verte-? Aún hay caminos de tierra por los que llegar, o por los que perderse; el viento que salta tras las montañas se enreda en las hojas, y en las láminas metálicas: aquí disfruta y canta y parece no querer salir de este laberinto que le va calentando como un suspiro de amor.

Llora la iglesia con sus roncas campanadas; su aroma antiguo permanece más que su estampa, que se va borrando aun se quede. Y el ojo que tiene como peineta este edificio insolente la mira con sorpresa; en los días de lluvia dejará caer sus lágrimas, para que no se aprecien.
Virutas de fino chocolate dorado se le han pegado en el tejado. Las rocas sobre las cimas de las montañas cercanas se burlan, sus coronas son más grandes, más fuertes, más temidas.

fotos: sobrepaisvasco.com



lunes, 4 de febrero de 2013

Las casas vacías





Cuatro años no son suficientes para tanto deterioro.
Se puede comprender que las escaleras hacia el desván se hayan rendido, pero, ¿por qué lo hacen  cuando nadie las pisa?
El boquete en el tejado, las pajas que se despeinan, ¿por qué no quieren, precisamente ahora, aguantar más tormentas?
Al almanaque solo le queda el amarillento santo, que se retuerce todavía sujeto en la pared. Es como si los días que  permanecen prendidos a sus pies le intranquilizaran el aura y  se quisiera ir.
La vajilla, en la despensa,  se cubre  del polvo esperado. Las personas de los retratos siguen mirando.

Los muelles y las maderas se desordenan sin moverse de su sitio.
No hay nadie ya, todos murieron. La casa quiere esfumarse,  desvanecerse quieren los recuerdos, que para nada valen.
En la coqueta cocina parece que ha vivido un duende travieso. Será quizá el soplo de un fuerte espíritu el que arranca galerías y abulta los suelos. Será la ausencia una bestia encerrada.
Los retratos, quizá ellos sepan. Yo no sé preguntarles.

Es el mismo escenario en el que estuvimos tantos. Había uvas, y gatos; había voces, más o menos hermosas, pero siempre agua de gargantas. Ahora se hunde, desierto, y solo las piedras del patio siguen igual, casi jóvenes con su redondez reluciente, casi borbotones; entre ellas crece una hierba impasible en su vivo verdor que las hace parecer islas.

Aquella casa se reabsorbe en silencio en medio del barullo. Como una estrella, lo que vemos ya no existe y lo que brilla no es ella, es el pasado que todavía puede traernos bellas imágenes: una sonrisa,  una mano reposada en la baranda, unos ojos oscuros que bailaron incesantes bajo la tristeza. Nos llega el resplandor de otro tiempo que se derrumba en su casa sin hacer ruido.
A los objetos les pasa igual que a las casas: semejan morir cuando nadie los usa. Pierden la luz, se van borrando.



viernes, 1 de febrero de 2013

Una cita en el hueco del tiempo


     Una vez hubo aquí un reloj alado que elevaba el tiempo. Los de abajo, los transeúntes, izaban la mirada como orando. Parecían adorar el bullicioso mutismo de los segundos que se deslizaban sobre la esfera y se escurrían entre los órganos: atravesaban los ojos transformando la mirada.
     Ahora nos citamos en la muesca de este alambre, y me parece estar posada encima de un volcán helador. Siento la succión de un esfínter gris, su extraño beso de cemento, y paseo sobre él como si nada.
     Coincidimos en el hueco del tiempo. Aquí todos nos juntamos.
     A ti prefiero esperarte en el borde del silencio, a pie del manantial de palabras con las que cubrimos la desnudez de nuestro sentimiento.

martes, 29 de enero de 2013

Reloj de arena




     Alguien gira el reloj. Siempre se deja, suave. Una potente fuerza invisible consigue que caigan los segundos en el deslizar sensual de los granos de arena, rozándose unos con otros en una singular orgía que termina  en la caída qué más da si con vértigo hasta el otro hemisferio que espera, silencioso. Una duna sin ardor se va formando y en ella aguardan las arenas su turno, militares sin grado que obedecen la orden implacable, el apático bullir del tiempo.
     De nuevo caerá este polvo de segundos, estas briznas esclavas y elegantes que  guardan la maquillada eternidad, encerrada para siempre y sin respeto en el infinito cristal.
     Las arenillas resbalan, hasta podría decirse que jugando, encadenadas a la gravedad, sumisas. Sin embargo, a veces se aprecia un brillo mudo, diminuto y fugaz, señal de la rebelión de un instante que no quiere derrumbarse, que no quiere pasar desapercibido. Pudiera ser, este breve destello, el espejeo del corazón del tiempo, que como guiño sincero pretendiera mostrar la huidiza belleza limada por las horas.
     También hoy llueven cristales del cielo que tapizan de blanco las calles; miles de minúsculos brillos resaltan el frío con sus reflejos efímeros, diamantes gratuitos que nos adornan los pasos y nos acicalan la piel dormida bajo los abrigos viejos.


viernes, 18 de enero de 2013


De paso




     El bar de la vieja estación ya no existe.
     El ir y el venir allí se detenían; los desubicados encontraban en él un asiento y una cerveza si recogían las mesas de los clientes que se marchaban, a los que miraban a hurtadillas entre el humo del cigarro. Las maletas barrían el suelo semejando batas de cola, y acababan encajadas en multiformes huecos como piezas del tetris.
     Los espejos ya poco reflejaban, estaban casi ciegos, y en las vitrinas las navajas sin mano aguardaron con paciencia, sus aceros picos de aves enjauladas. ¿Volarían cuando las máquinas hicieron escombros el tiempo en ese lugar consumido?
     Los camareros siempre vistieron de oscuro; sus ojos estaban escritos de rostros y de gestos humanos, así se mostraban pícaros, tristes, profundos, o resignados. Con la diligencia de quien conoce la intransigencia del tiempo, distribuían cafés, refrescos, copas de licor, bocadillos, y miraban sin ver el movimiento de las bocas apresuradas, las migas secas cayendo, mientras las tragaperras no cesaban de emitir sus histéricos sonidos.
     El bar de la vieja estación fue el hogar de la espera.

una por cada kilómetro

...para que alfombren la distancia que nos une