Era invierno y el frío levantaba de las
luces sus colores. La fiesta
inundó por un rato la escalera
regia.
Las personas, como
trazos azules, rojos, blancos o amarillos, se mecían entre grandes y pequeñas en
brazos de la distancia.
La iglesia coronaba la estampa con las
perlas de sus focos y la aureola de
sus cúpulas, a la manera de las diademas imperiales. En el otro extremo, al
final de la gran lengua, como palabra
escapada, la fuente no se cansó de manar agua encendida.
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