Una vez hubo aquí un reloj alado que
elevaba el tiempo. Los de abajo, los transeúntes, izaban la mirada como orando.
Parecían adorar el bullicioso mutismo de los segundos que se deslizaban sobre
la esfera y se escurrían entre los órganos: atravesaban los ojos transformando
la mirada.
Ahora nos citamos en la muesca de este
alambre, y me parece estar posada encima de un volcán helador. Siento la
succión de un esfínter gris, su extraño beso de cemento, y paseo sobre él como
si nada.
Coincidimos en el hueco del tiempo. Aquí
todos nos juntamos.
A ti prefiero esperarte en el borde del
silencio, a pie del manantial de palabras con las que cubrimos la desnudez de
nuestro sentimiento.
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