Calor. Fiebre húmeda que avanzaigual que
el agua en el fondo del mar. El ventilador remueve esta atmósfera gelatinosa y con
ella compone oleadas sobre la superficie blanda de tu cuerpo. El abanico de aire
desplaza tu sudor como lo hace la arena en la duna. Quisiera observar la
cristalina gota que asciende imperceptible por tus muslos hasta desaparecer
fundida en otra para mantener tu piel mojada ante mis ojos.
En estos instantestu piel es dorada, es el
atardecer en la calurosa y lejana llanura. La acaricio y crece bajo mi mano la
vegetación suave de tu vello erecto en un recorrido cercano a mi aliento. Llueve
aire caliente desde el techo. El perezoso ventilador sabe muy bien cómo tratar
este asunto y gira perdiendo las aspas en un disco cuyo balanceo resalta la
sensualidad de tu espalda, y mi deseo.
La habitación es clara, la
luz bate el calor y su espuma se desperdiga del mismo modo que los sueños en un
cuento. Afuera está el mar, está la vida, y sin embargo yo, aquí, lo tengo
todo. Se abandonan las sábanas, se derriten cama abajo. Con el soplo circular
nos llega un olor a mundo, a principio. Así esperamos, con nuestras pieles
enlazadas, la caricia del húmedo suspiro cenital.