I
Todos
los días, un perseverante padre se zambulle
en el mar con su hijo inválido en
brazos.
Cojo el
tren; mientras, pasa despacio un mercancías con los vagones pintados que circula ajeno a la estación .
Un baño de kilómetros me cubre por dentro, y mis ojos absorben el
dorado pajizo de las siembras latentes.
II
El
hombre toma en brazos a su delgado e inmóvil hijo y le sumerge en el agua verde; su sonrisa es el
brillo titilante de esa esmeralda engarzada en la tierra.
Lo que
yo veo es polvo, espuma seca levantada del terreno por las cosechadoras
amarillas, fuertes como escarabajos.
Es
plano el mar del que ahora hablo, como lo son estas llanuras, como lo es el
cielo. Los colores, ya digo, son sencillos. Verde, amarillo y azul, hoy pálido.
III
En el
mar, donde el padre hace feliz a su hijo cada mañana, hay un barco hundido.
En la
llanura, donde sudan los hombres, hay viñedos y pinos exultantes, borrachos de agua.
En el
cielo, las nubes enmarañadas
velan la luz de este día en el
que espero reconfortar mi corazón como
el muchacho mecido en el mar por el afán de su padre.