A través de la
ventanilla del tren veo pasar, con prisa, siluetas recortadas sobre el cielo. A veces se agitan aspas, otras se deslizan los castillos; los viñedos son
alfombras que no piso.
Parece que no estoy
y sin embargo me reparto en cada kilómetro.
Me asemejo a la
tiza que escribe un teorema en la pizarra (no sé si demostrable). Mis trazos, casi infinitos, se borran casi al
punto de haberlos dibujado.