martes, 30 de julio de 2013

En el camino

No puedo enviarte el sonido del viento en los árboles; solo puedo indicarte que es un velo blanco enredándose en el aire.








Tampoco te puedo llevar el olor a miel de los almendros en flor, pero no sé cómo al respirarlo te inhalo como si fueras el aroma de las hadas del invierno.






Se me entremezclan los recuerdos y las sensaciones igual que juguetes en el desván, y tú te me acercas con la misma nostalgia de luz que tienen las estrellas.



domingo, 21 de julio de 2013

Nochevieja en Roma

Era invierno y el frío levantaba de las luces sus colores. La fiesta inundó por un rato la escalera regia.

Las personas, como trazos azules, rojos, blancos o  amarillos, se mecían entre grandes y pequeñas en brazos de la distancia.




La iglesia coronaba la estampa con las perlas de sus focos y la aureola de sus cúpulas, a la manera de las diademas imperiales. En el otro extremo, al final de la gran lengua, como palabra escapada, la fuente no se cansó de manar agua encendida.

lunes, 8 de julio de 2013

Debajo del agua

Danza, música subacuática. Láminas de mercurio blando cobijan las ondas que se suceden sumergidas.

Nado, y veo los pies inmóviles que una sirena perdió, y a viejos lobos de mar al despreocupado encuentro de sus galeones hundidos.


Ruedo ingrávida bajo un techo líquido, plateado. Es el momento azul. De entre las burbujas soy la mayor, y también la más opaca. Las otras ascienden rápidas y desaparecen. Yo permanezco.






Al fin sondeo el fondo y me extiendo. Es hora de salir. Fuera, el mundo exterior está seco, suenan las pisadas y se escurre la piel: ya no queda misterio.


viernes, 28 de junio de 2013

Fuegos artificiales

En la oscuridad los ojos sonríen. Encogidos de expectación, parecemos niños esperamos el regalo.

La noche, de negro lujo, abre el envoltorio de terciopelo donde guardó las luces.
 
Los cohetes se escabullen entre  indefinidos dedos y se expanden. Saltan como locos; a veces consiguen ordenarse y nos dan un respiro.


Dejan un tejido de humo que molesta a la elegante noche, pero pronto se abren de nuevo boquetes de luz en el cielo. Aturden los oídos, nos dejan boquiabiertos unos colores brillantes porque sabemos, sin darnos cuenta, que sólo en este momento existen las hadas. 
A veces se nos escurre una lágrima.

Se escapa una exclamación y todos estamos juntos y emocionados, sin mirarnos; quizá los enamorados se estrechen más en su abrazo.








lunes, 29 de abril de 2013

La memoria del agua


Mar.


El agua acaricia todos los cuerpos. Les toma las medidas, juguetea con los escondrijos, lame sus secretos. Al salir del mar la piel lleva sus gotas como jinetes sonrientes al sol. Agua viajera.

¿Se acordará el mar de cada cuerpo, de cada playa?  ¿Se acordará de cada pez, de cada alga? Yo creo que sí.

El agua, en el mar, es valiente: siempre reta al horizonte y corre por debajo del cielo con la ilusión desesperada de tocarse a lo lejos.
El agua es como la memoria.

Después la lluvia se convertirá en alfileres que acarician las piedras y se derriten sobre los cristales en arroyuelos perdidos, sin desembocadura.

Más que recuerdos, la lluvia llueve nostalgia; arrastra la verde melancolía de otros campos y nos la tira a la cara, a la fruta y al asfalto. La lluvia nos devuelve el tiempo.
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lunes, 18 de febrero de 2013

Melena violeta y oro


Melena violeta y oro. Rizos de titanio que deslumbran bajo el sol, mientras  duerme el pueblo  bajo la mirada de su celosa iglesia.

Las ventanas se pierden en los campos, no saben bien hacia dónde mirar, azoradas por tanta curiosidad que les brota de la extrañeza de haber caído allí, lejos del mar. Las habitaciones se levantan, erectas, no queriendo pisar una tierra que aún no las desea. No obstante,  cada año amadrinarán el crecimiento de las viñas que ahora levantan poco, apenas despegan del suelo.



       Veleros entre alfombras voladoras. Rizos de fados; o de mujer cordobesa, con los ojos brillando bajo las lustrosas ondas  de su cabello eterno. Volcán de chatarras resplandecientes, montaña mágica entre viñedos. ¿Qué sentirán las hormigas –al verte-? Aún hay caminos de tierra por los que llegar, o por los que perderse; el viento que salta tras las montañas se enreda en las hojas, y en las láminas metálicas: aquí disfruta y canta y parece no querer salir de este laberinto que le va calentando como un suspiro de amor.

Llora la iglesia con sus roncas campanadas; su aroma antiguo permanece más que su estampa, que se va borrando aun se quede. Y el ojo que tiene como peineta este edificio insolente la mira con sorpresa; en los días de lluvia dejará caer sus lágrimas, para que no se aprecien.
Virutas de fino chocolate dorado se le han pegado en el tejado. Las rocas sobre las cimas de las montañas cercanas se burlan, sus coronas son más grandes, más fuertes, más temidas.

fotos: sobrepaisvasco.com



lunes, 4 de febrero de 2013

Las casas vacías





Cuatro años no son suficientes para tanto deterioro.
Se puede comprender que las escaleras hacia el desván se hayan rendido, pero, ¿por qué lo hacen  cuando nadie las pisa?
El boquete en el tejado, las pajas que se despeinan, ¿por qué no quieren, precisamente ahora, aguantar más tormentas?
Al almanaque solo le queda el amarillento santo, que se retuerce todavía sujeto en la pared. Es como si los días que  permanecen prendidos a sus pies le intranquilizaran el aura y  se quisiera ir.
La vajilla, en la despensa,  se cubre  del polvo esperado. Las personas de los retratos siguen mirando.

Los muelles y las maderas se desordenan sin moverse de su sitio.
No hay nadie ya, todos murieron. La casa quiere esfumarse,  desvanecerse quieren los recuerdos, que para nada valen.
En la coqueta cocina parece que ha vivido un duende travieso. Será quizá el soplo de un fuerte espíritu el que arranca galerías y abulta los suelos. Será la ausencia una bestia encerrada.
Los retratos, quizá ellos sepan. Yo no sé preguntarles.

Es el mismo escenario en el que estuvimos tantos. Había uvas, y gatos; había voces, más o menos hermosas, pero siempre agua de gargantas. Ahora se hunde, desierto, y solo las piedras del patio siguen igual, casi jóvenes con su redondez reluciente, casi borbotones; entre ellas crece una hierba impasible en su vivo verdor que las hace parecer islas.

Aquella casa se reabsorbe en silencio en medio del barullo. Como una estrella, lo que vemos ya no existe y lo que brilla no es ella, es el pasado que todavía puede traernos bellas imágenes: una sonrisa,  una mano reposada en la baranda, unos ojos oscuros que bailaron incesantes bajo la tristeza. Nos llega el resplandor de otro tiempo que se derrumba en su casa sin hacer ruido.
A los objetos les pasa igual que a las casas: semejan morir cuando nadie los usa. Pierden la luz, se van borrando.