El Gladiator viajaba de Gibraltar a Liverpool, y llevaba seiscientas cajas de azúcar. En las volantes aguas de Tarifa tocó fondo, pero no se rindió hasta Zahara. Se salvaron los hombres, el azúcar no; los atunes bebieron sirope de mar.
Gladiator duerme en la arena, al abrigo del Levante. Apenas asoma su oxidado depósito cuando crece la marea.
Me he subido a ese vapor, el que encalló hace ciento veinte años. El agua, turquesa unas veces y verde cristal otras, lo guarda para devorarlo. Yo nadé allí, y me arañé las piernas con el esqueleto del tiempo.
Hileras de mi sangre cayeron en aquel pozo líquido. Se mezclaron con los ruidos acallados por la arena.
Es cierto eso que dices porque se ve desde la arena de la playa
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