sábado, 6 de junio de 2015

Gladiator




     El Gladiator viajaba de Gibraltar a Liverpool, y llevaba seiscientas cajas de azúcar. En las volantes aguas de Tarifa tocó fondo, pero no se rindió hasta Zahara. Se salvaron los hombres, el azúcar no; los atunes bebieron sirope de mar.

     Gladiator duerme en la arena, al abrigo del Levante. Apenas asoma su oxidado depósito cuando crece la marea.

     Me he subido a ese vapor, el que encalló hace ciento veinte años. El agua, turquesa unas veces y verde cristal otras, lo guarda para devorarlo. Yo nadé allí, y me arañé las piernas con el esqueleto del tiempo.

     Hileras de mi sangre cayeron en aquel pozo líquido. Se mezclaron con los ruidos acallados por la arena.





     

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